—Completamente sola con un gato grande y malo que vuelve a pensar en su política de morder.
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—Déjame compartir un secreto contigo, Zach. Los hombres les han estado diciendo cosas a las mujeres durante siglos. Luego les han roto el corazón.
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—Eh. —Zach la detuvo, acariciando el cuello con la nariz por detrás mientras las manos se cerraban sobre las caderas—. Deja de pensar tan fuerte.
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—Zach, si los doctorados me importaran —dijo con honestidad—, me habría casado con el tres veces doctor en física que mi madre escogió para mí cuando tenía veintidós. O con el doctor en medicina con más letras después de su nombre que el alfabeto. O con el multi publicado mierdecilla que sólo me miraba fijamente a los pechos en cada comida.
La sonrisa de Zach casi le rompió las mejillas.
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